la pintura manuscrita

La exposición que acompaña el reconocimiento de Aranda de Duero a la trayectoria de Néstor Sanmiguel Diest (Zaragoza, 1949) trae a la localidad donde habita desde su infancia el proyecto pictórico que, sin duda, ha representado el punto de inflexión de mayor trascendencia, tanto en el desarrollo de su proceso creativo, como para su destacada proyección en la escena del arte contemporáneo nacional e internacional.

Las emociones barrocas es una ambiciosa serie integrada por un total de 73 paneles en soporte de cartón, con medidas de 76 x 106 centímetros cada uno, construida entre los años 1997 y 2005. Ya en 2004, todavía incompleta, es objeto de una exposición itinerante organizada por la Junta de Castilla y León. Sin embargo, el momento decisivo para este impactante diario visual llega en 2007, cuando el Musac lo incorpora a su colección y lo exhibe dentro de El segundo nombre de las cosas, apuesta monográfica que el museo dedica a NSD.

La colección se concibe como un libro de viajes, articulado mediante la combinación de los principales elementos definitorios del lenguaje que, a partir de entonces, ha caracterizado la obra de Sanmiguel. El despliegue de su vocabulario de “formas madre”, la escritura de textos, la superposición de capas a través de retículas y la utilización de fotografías y otros papeles cotidianos mediante la técnica del collage,nutren una narrativa azarosa, no lineal, que refleja sus obsesiones, lecturas e intereses en un extenso marco temporal de presentes simultáneos.

Como complemento a esta emblemática serie, la muestra pone en valor un cuaderno anterior (1991-1993) de 92 dibujos, hasta ahora inédito, que anticipa soluciones formales y planteamientos conceptuales que se sustanciarían en Las emociones barrocas y al que ocasionalmente todavía recurre en la actualidad. El artista concede a este trabajo exploratorio, realizado con bolígrafo y típex sobre las páginas de una libreta reutilizada con apuntes de fichas técnicas, la naturaleza de muestrario de su búsqueda plástica, en una dinámica de “estar haciendo” constante. Es precisamente a principios de la década de los noventa, finalizada su etapa en el colectivo A Ua Crag del que fue cofundador, cuando a contracorriente se afianza en la pintura centrándose en la investigación de geometrías orgánicas elementales que configuran un repertorio jeroglífico propio.

El conjunto de formas simbólicas, tramas y anotaciones que contiene el cuaderno evoca la iconografía de los códices medievales, en una mezcla de texto e imágenes que compone toda la superficie de las páginas. Ese deliberado esfuerzo caligráfico evolucionará más adelante en obras donde el autor ejercita de amanuense al copiar literalmente novelas o ensayos como hilo conductor de su gramática pictórica.

El recurso literario se convierte así en un estrato más en la superposición de capas de información que sedimentan sus lienzos. Asimismo, el habitual empleo de patrones -resonancia de su pasada experiencia laboral en la industria textil- establece un juego paralelo de ocultación y revelación que permite inagotables descubrimientos en la observación, estimulando la posibilidad de renovadas lecturas. El código enigmático de su narración automática, de impulso surrealista, deja entrever referencias biográficas, pulsiones sexuales, preocupaciones políticas o reflexiones personales dentro de un caos organizado que, a través de celosías y trasparencias, seducen al espectador con un cierto efecto hipnótico.

Trabajador incansable, de imaginación desbordante y conversación inagotable, desde hace siete años degusta la repentina y progresiva repercusión de su pintura, con la cautela y perspectiva de quien previamente ha permanecido durante décadas en la periferia del éxito. Una prolongada espera que el artista ha ocupado sin distracciones superfluas, persistiendo en el hacer. Ese mantra de escribir a mano, todo su minucioso proceso creativo, dejan huella en su relato. Su método laborioso de ejecutar la práctica artística es, también, un mecanismo que sirve para estirar la dimensión del tiempo. Porque en definitiva, para Néstor, “solo existe el presente”.

Catálogo de la exposición


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